Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
EL SEÑORIO DE LOS INCAS



Comentario

Cómo los Señores del Perú eran muy amados por una parte y temidos por otra de todos su súbditos y cómo ninguno de ellos aunque fuese gran señor muy antiguo en su linage, podía entrar en su presencia si no era con una carga en señal de grande obediencia.


Es de notar, y mucho, que como estos reyes mandaron tan grandes provincias y en tierra tan larga y en parte tan áspera y llena de montañas y de promontorios nevados y llanos de arena secos de árboles y faltos de agua, que era necesario gran prudencia para la gobernación de tantas naciones y tan distintas unas de otras en lenguas, leyes y religiones, para tenellas todas en tranquilidad y que gozasen de la paz y amistad con él; y así, no embargante que la ciudad del Cuzco era la cabeza de su imperio, como en muchos lugares hemos apuntado, de cierto en cierto término, como también diremos, tenían puestos sus delegados y gobernadores, los cuales eran los más sabios, entendidos y esforzados que hallarse podían y ninguno tan mancebo que ya no estuviese en el postrer tercio de su edad. Y como le fuesen fieles y ninguno osase levantarse, y tenía de su parte a los mitimaes, ninguno de los naturales, aunque más poderoso fuese, osaba intentar ninguna rebelión; y, si alguna intentaba, luego era castigado el pueblo donde se levantaba, embiando presos los movedores al Cuzco. Y desta manera eran tan temidos los reyes que, si salían por el yermo y permitían alzar algún paño de los que iban en las andas, para dejarse ver de sus vasallos, alzaban tan gran alarido que hacían caer las aves de lo alto donde iban volando a ser tomadas a manos; y todos le temían tanto que de la sombra que su persona hacía no osaban decir mal. Y no era esto sólo: pues es cierto que si algunos de sus capitanes o criados salían a visitar alguna parte del reyno para algún efecto le salían a recibir al camino con grandes presentes no osando, aunque fuese solo, dejar de cumplir en todo y por todo el mandamiento dellos.

Tanto fue lo que temieron a sus príncipes en tierra tan larga que cada pueblo estaba tan asentado y bien gobernado como si el Señor estuviera en él para castigar los que lo contrario hiciesen. Este temor pendía del valor que había en los señores y de su misma justicia, que sabían que por parte de ser ellos malos, si lo fuesen, luego el castigo se había de hacer en los que lo fuesen, sin que bastase ruego ni cohecho ninguno. Y como siempre los Incas hiciesen buenas obras a los questaban puestos en su señorío, sin consentir que fuesen agraviados ni que les llevasen tributos demasiados ni que les fuesen hechos otros desafueros, sin lo cual, muchos que tenían provincias estériles y que en ellas sus pasados habían vivido con necesidad, les daban orden que las hacían fértiles y abundantes, proveyéndoles de las cosas que en ella había necesidad; y en otras donde había falta de ropa, por no tener ganados, se los mandaban dar con gran liberalidad. En fin, entendíase que, así como estos señores se supieron servir de los suyos y que les diesen tributos, así ellos les supieron conservar las tierras y traellos de bastos a muy pulíticos y de desproveídos que no les faltase nada; y con estas buenas obras, y con que siempre el Señor a los principales daba mugeres y preseas ricas, ganaron tanto las gracias de todos que fueron dellos amados en estremo grado, tanto que yo me acuerdo por mis ojos haber visto a indios viejos, estando a vista del Cuzco, mirar contra la ciudad y alzar un alarido grande, el cual se les convertía en lágrimas salidas de tristeza contemplando el tiempo presente y acordándose del pasado, donde en aquella ciudad por tantos años tuvieron señores de sus naturales, que supieron atraellos a su servicio y amistad de otra manera que los españoles.

Y era usanza y ley inviolable entre estos señores del Cuzco, por grandeza y por la estimación de la dignidad real, questando él en su palacio o caminando con gente de guerra o sin ella, que ninguno, aunque fuese de los más grandes y poderosos señores de todo su reyno, no había de entrar a le hablar ni estar delante de su presencia sin que primero, tirándose los zapatos, que ellos llaman oxotas, se pusiese en sus hombros una carga para entrar con ella a la presencia del Señor, en lo cual no se tenia cuenta que fuese grande ni pequeña, porque no era por más de que supiesen el reconocimiento que habían de tener a los señores suyos; y entrando dentro, vueltas las espaldas al rostro del Señor; habiendo primero hecho reverencia, quellos llaman mocha, dice a lo que viene o oye lo que les mandado. Lo cual pasado, si quedaba en la Corte por algunos días y era persona de cuenta, no entraba más con la carga; porque siempre estaban los que venían de las provincias en la presencia del Señor en convites y en otras cosas que por ellos eran hechas.